Se nos murió Don Carlos Slepoy, como él nos enseñó " siempre será temprana la muerte de los que aún después de muertos nos siguen dando tanta vida"

Se nos fue un imprescindible, se nos fue una pieza clave de la historia Argentina reciente, aunque muchos no sepan de quien hablamos, se nos fue un luchador, que impulsó la búsqueda de justicia, y de juzgamiento de los crímenes de lesa humanidad de la última dictadura argentina, que logró destrabar desde Europa, el engranaje oxidado y engranado de nuestro país con el punto final y la obediencia de vida, el poder avanzar en Italia sobre las desapariciones , por ejemplo de la de los trabajadores de los astilleros Astarsa, simbolizados en el Tano Mastinú, fue un espejo, que nos mostró a nosotros mismos la huella de sangre criminal en nuestro rostro , y permitió volver a avanzar en esta búsqueda eterna de justicia, frente al GENOCIDIO.

Acompañamos el primer párrafo de la nota que escribiera Carlos para despedir a Mario Benedetti, porque muestra claramente la función de la justicia y los abogados que honran esa profesión, y que resulta de estricta actualidad, en una época en que se legisla, especialmente para reprimir a los trabajadores, ya sea para reprimir su protesta, o hasta su detención.

Compañero Carlos Slepoy

¡presente!

Ahora y siempre.

¿Qué diría usted si le dijeran que la ley penal califica como homicidio doloso la muerte intencional de un argentino (o un boliviano), un gitano (o un aymara), un negro (o un blanco) o un judío (o un católico) porque lo que sanciona la ley es el propósito de matar a alguien por su nacionalidad, etnia, raza o religión? ¿Y qué diría si esa misma ley penal excluyera de su consideración como homicidio la muerte intencional de un obrero, un estudiante, una mujer, un político, un ateo, un intelectual, un esquizofrénico, un parapléjico y así hasta el infinito, cuando la intención de quien comete el delito fuere matarlo debido a cualquiera de estas características, pero no en atención de su nacionalidad, etnia, raza o religión? Me atrevo a adelantar que no entendería tal desigualdad ante la ley. Atribuiría a desvarío la decisión de los legisladores que así lo decretasen.

Carlos Slepoy


Encima se nos fue Carli*

Cuando los 30 años del Cordobazo (fin de mayo del fin de siglo), nuestra Central realizó en Mar del Plata un Congreso Nacional con 10 mil delegados, que no sólo diagramaron la línea a seguir en aquella compleja coyuntura, sino que confirmaron con marca de yerra el perfil de clase que hasta hoy orgullosamente enarbolamos.
En la jornada de apertura y por largo rato escuchamos a un compañero, desconocido por gran parte de los presentes, que se alzaba sobre su silla de ruedas enfatizando -a la vez que persuadiendo- que los crímenes de lesa humanidad no debían quedar impunes. Que transformar la sociedad implicaba también imaginar senderos capaces de sortear las trampas de lo jurídicamente establecido. Que la memoria por nuestros caídos no debía resignarse ante la arquitectura legal de los poderosos. Y que él mismo impulsaba y participaba de los Juicios por la Verdad que entonces parecían placebo y hoy son un eslabón imprescindible en la cadena de Memoria, Verdad y Justicia.
El compañero era abogado, y su defensa a presos políticos le había costado, aún en el prolegómeno del golpe del 76 y cuando apenas cargaba 25, secuestro, tortura, prisión y exilio.
De Madrid había llegado aquel día para contar esas cosas en nuestro Congreso.
Desde allí alguna vez se había erguido antes sobre su silla ortopédica, al descubrir cómo entrampar jurídicamente a Pinochet, a Rios Montt dictador guatemalteco, a Scilingo y a los mismísimos crímenes del Generalísimo.

Fue en Madrid donde, una década antes de aquel Congreso, salir en defensa de unos jóvenes maltratados por la policía le significó el balazo de un alcoholizado “madero” (guardia civil que uniforma de marrón) que lo condenó para siempre a su silla.
En aquel encuentro marplatense me tocó entrevistarlo para lo que por entonces eran nuestros pininos en el área de comunicación como CTA.

Dos años después volví a encontrarlo. Corría febrero del 2002 y en el Foro Social Mundial de Porto Alegre era imprescindible explicarle al mundo y sobre todo a los portadores de la enfermedad infantil, que diciembre del 2001 no había sido una “revolución” sino una revuelta popular con destino incierto.

Me pidió que impulsara su silla en un acto en Plaza Argentina (en Porto Alegre hay una), en la cual se descubrió una placa de mármol con los nombres de los 34 mártires de la supuesta revolución.

- ”Sacame de aquí, estos cumpas tienen buena leche pero están zarpados”- me dijo, y lo llevé hasta el taxi que lo alcanzara a su hotel.

Nos volvimos a ver algunas otras veces pero ello no importa. Lo que si importa es que Carlos Slepoy, Carli para los suyos, se nos fue.

Arañando los 68 y subordinando su vitalidad a aquel etílico balazo, decidió marchar.
Para el ateo que escribe es difícil alcanzar resignación. Pero un instante de licencia permite suponer que en el imaginario del más allá algún Néstor, algún Hugo, algún Fidel continuará empujando su silla hacia la definitiva emancipación
Mientras que, en el aquí tangible y terrenal, una vez más el dolor será bandera que nos imponga afirmar : Carlos Slepoy presente, hasta la victoria siempre querido Compañero.

*Por Gustavo Zurbano, Unión de Músicos
La Plata, Buenos Aires. Argentina,18/4/17